Hijas dispuestas a lo que sea por heredar (V) VictoriaSG(victoriaserranogijon@gmail.com)

 

 La mirada de Dakota era limpia y sincera, no percibía en ella ni un atisbo de interés. Temía equivocarme, pero estaba convencido de que esa muchacha me quería de verdad y no estaba pensando en el dinero. No soportaba la idea de que ella fuese la que menos recibiera, tenía que hacer algo, independientemente de que lográramos satisfacer nuestra perversa necesidad.

Decidí tomarme un tiempo antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirme, ya fuese intentar algo indecente con Dakota o modificar el testamento para volver a excluir a las demás. Tenía un lío enorme en la cabeza, pero todo estaba a un paso de empeorar aún más. Lo último que me faltaba para acabar de volverme loco era una llamada de teléfono de mi hermana.

- ¿Cómo tienes el valor de llamarme?

- Serénate, Lope.

- Sé lo que has hecho.

- Yo también sé cosas.

- ¿A qué te refieres?

- Le has dicho a tres de tus hijas que son herederas únicas.

- No hay manera de que mantengan la boca cerrada.

- Confían en mí.

- Porque son necias, no saben el tipo de persona que eres.

- Sí que lo saben, porque son igual que yo.

- Con Dakota no has podido.

- Porque ella te quiere, igual que yo quería a papá.

- Tú lo único que querías de él era su dinero.

- Eso es mentira, nos queríamos de verdad.

- Conseguiste quedarte con todo, como quieres hacer ahora.

- Mi amor era tan puro como el que tu hija siente por ti.

- Pero en este caso va a ser la que se quede sin nada, ¿no?

- Entiéndeme, hermano, el dinero es muy tentador.

- Sí, sobre todo cuando no tienes que hacer nada para ganarlo.

- Déjale todo a una de las tres o las apoyaré en sus denuncias.

- Vete a la mierda.

El corazón me latía a mil por hora a causa de los nervios y la angustia que me provocó esa conversación. Probablemente me había convertido en un ser repulsivo, pero mi hermana, aunque dijese que lo hacía todo por amor, no era mejor que yo. A pesar de las diferencias que habíamos tenido de pequeños, desconocía que fuese así de ambiciosa.

Me fui directo a la cocina en busca de una pastilla que el médico me había recetado para casos como ese. Intentaba calmarme, pero el miedo a un ataque al corazón se apoderó de mí, tanto, que el vaso de agua se me cayó al suelo y se rompió. Al oír el ruido apareció mi hija Dakota, la única de las cuatro que estaba en casa.

- Papá, ¿estás bien?

- Sí, es que me ha llamado tu tía y me he puesto nervioso.

- La próxima vez no le cojas el teléfono, no busca nada bueno.

- Tiene a tus hermanas controladas, se quiere quedar con todo.

- Ya, me di cuenta enseguida de lo que buscaba.

- Sabe que las he engañado y me va a denunciar si no les dejo realmente el dinero.

- Pero se lo vas a dejar, ¿no? Lo has puesto en el testamento.

- Hice tres distintos para contentarlas, ahora mismo ni siquiera sé cuál es el bueno.

- Ahora intenta calmarte y ya pensarás en eso.

- Acompáñame a mi habitación, me da miedo estar solo.

Seguía más nervioso de la cuenta, a la espera de que la pastilla me hiciera efecto. Dakota me acompañó hasta mi cuarto y me ayudó a estirarme sobre la cama. Después se sentó a mi lado y se quedó callada, simplemente me vigilaba para asegurarse de que estuviera bien. Yo tampoco decía nada, porque me daba miedo expresar lo que estaba pensando en ese momento.

No necesité hablar para pedirle que se tumbara a mi lado. Ambos permanecimos en silencio, cada uno en una esquina de la cama, aunque poco a poco nos íbamos acercando. Cuando mi mano rozó la suya no pude evitar agarrársela y comenzar a acariciarla. De repente, sentía por Dakota todo el cariño que no le había demostrado ni a ella ni a sus hermanas durante la infancia.

La segunda de mis hijas me correspondió con las caricias y se acercó todavía más. Evité mirarla porque supe que si lo hacía no podría controlarme. Dakota no era la más guapa de las cuatro, ese honor pertenecía a Teresa, y tampoco tenía las tetas de Úrsula o el culo de Coral, pero podría decirse que en todo era siempre la segunda.

Para ella la vida siempre fue así, no era perfecta en nada, lo que me impidió ver lo realmente buena que era en todo. Me giré muy lentamente para mirarla a los ojos por primera vez y me di cuenta de que ella también me estaba observando. Volvimos a quedarnos en silencio, aunque sentí cómo me apretaba la mano, parecía querer decirme que ella estaba sintiendo lo mismo.

Ante mi falta de reacción, Dakota se aproximó aún más y colocó su cabeza sobre mi pecho. Yo la abracé y ella estiró una pierna para colocarla sobre las mías, llegando a rozar levemente mi paquete. Me debatía entre mantener su pureza o demostrarle mi cariño mediante el polvo que yo sabía que ella quería echar.

- Papá, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Claro, hija.

- ¿Cuál de mis hermanas es tu hija favorita?

- ¿No crees que eres tú?

- Nunca lo he creído, la verdad.

- Pues tanto Úrsula como Teresa y Coral creen que son ellas.

- Supongo que tienen motivos para pensarlo.

- Todos erróneos, porque hasta hace poco no he tenido favorita

- ¿Por quién te has decantado?

- Obviamente por ti, Dakota.

- ¿Por mí?

- Nunca te he prestado demasiada atención, pero eres la mejor de las cuatro.

- Soy mediocre en todo, incluso en los estudios.

- No digas eso, algún día serás una gran directora de empresas.

- Ojalá, pero no suele acompañarme la suerte.

- Eso va a cambiar.

Incapaz de reprimirme, besé a Dakota. A pesar de todo lo que había ocurrido, era la primera de mis hijas a la que besaba. Ella no dudó en devolvérmelo y juntamos los labios durante mucho rato. Al cabo de unos minutos nuestras lenguas se encontraron y yo llevé una mano hasta su culo. Lejos de sorprenderse, se colocó sobre mí para que pudiera agarrárselo mejor.

La falta de experiencia no impidió a mi hija marcar el ritmo para que yo no tuviera que esforzarme demasiado. Supo cuándo comenzar a desnudarse, poniendo a mi disposición dos tetas de bastante bueno tamaño. Las sostuve entre mis manos, consiguiendo que Dakota se ruborizara al ser la primera vez que alguien le tocaba esa zona.

Acto seguido me desabrochó la camisa y comenzó a cubrirme el torso de besos. Ninguna de sus hermanas había dedicado ni un solo instante en darme muestras de afecto más allá del placer para salirse con la suya. Sin embargo, Dakota estaba totalmente volcada en hacerme disfrutar, en demostrarme que me quería por mucho más que por lo que podía sacar de mí.

Finalmente se quitó los pantalones y las braguitas, quedando desnuda por completo. La tenía sentada a horcajadas sobre mí y se balanceaba de forma instintiva, estimulando mi paquete aún cubierto por el pantalón, aunque no por demasiado tiempo. Dakota me bajó la cremallera y sacó mi verga, tras sostenerla brevemente en su mano, se agachó para besarla.

Ese simple beso en la punta de mi polla me pareció más excitante que todo lo que mis otras hijas me habían hecho. Mientras que ellas me recordaron a la relación prohibida entre mi padre y mi hermana, Dakota devolvió a mi mente los recuerdos de tantísimas noches en la cama con su madre, siempre haciéndolo con muchísimo amor. Aunque aquello no consiguiera que me olvidara en la naturaleza siniestra de nuestra relación.

Movida por las ganas de estrenarse conmigo, Dakota me bajó los pantalones, volvió a colocarse sobre mí e hizo que nuestros sexos se frotaran. Su entrepierna estaba realmente húmeda, como probablemente no había visto una en mi vida. Además desprendía un calor de lo más agradable, deseaba metérsela lo antes posible, aunque antes tenía que asegurarme de que sabía lo que hacía.

- ¿Estás segura?

- Más de lo que lo he estado nunca.

- Pero es tu primera vez, ¿no?

- Sí... sí que lo es.

- Entonces es probable que te duela un poco.

- No importa, aguantaré.

Dakota elevó sus caderas, me sujetó la tranca y la dirigió lentamente hacia la entrada de su coñito. Una vez se introdujo la punta, colocó sus manos sobre mis pectorales y comenzó a descender lentamente. Clavé mis ojos en su sonrojado rostro y pude notar el momento exacto en que desgarraba su himen solo por la mueca que hizo.

Estaba seguro de que había sentido dolor, pero eso no le impidió continuar. De inmediato sentí la calidez de su sangre mezclándose con los fluidos vaginales. Me aferré a sus caderas para ir acompañando los movimientos que mi hija hacía, cada vez un poco más rápidos. Se notaba que era su primera vez, pero esa torpeza la compensaba con lo morboso que resultaba todo.

Siguiendo con su discreción habitual, Dakota hacía claros esfuerzos por no gemir. Estaba muy colorada por la excitación y se mordía constantemente el labio inferior para evitar hacer ruido. Yo me puse a jadear para demostrarle que no pasaba nada, que era normal dar rienda suelta a cualquier reacción que provocara el placer que estábamos sintiendo.

Lo que no había previsto era que los agudos e inocentes gemidos de mi hija pudieran ponerme todavía más cachondo. Cuando Dakota consiguió soltarse y gritar sin timidez, noté cómo yo empezaba a perder el control. Bajé las manos desde su cintura hasta el culo, lo agarré y comencé a empujar con fuerza desde debajo.

Estábamos justo en la posición en la que tantas veces había visto a mi padre con mi hermana. Llevaba toda la vida fantaseando con algo así, y se estaba cumpliendo con la hija que menos lo esperaba, pero que más lo merecía. Mientras recordaba la cantidad de veces que me había masturbado pensando en esa escena, Dakota comenzó a arquear la espalda y dio un grito con el que me hizo saber que acababa de tener su primer orgasmo.

Su reacción al placer me provocó tanta ternura como excitación. Mantuve una de mis manos en sus nalgas y con la otra le agarré una teta para embestir por última vez antes de correrme. En ningún momento hablamos acerca de utilizar protección, así que derramé mi leche dentro de su joven y recién estrenada vagina.

Exhausta por el esfuerzo, Dakota se quedó estirada sobre mí, aún con el miembro dentro, mientras ambos tratábamos de recuperar el aliento. Veía a mi hija tan feliz y satisfecha que tenía claro que no podía dejarla sin nada, todo lo contrario, solo ella se merecía heredar lo que tanto esfuerzo me había costado conseguir. Estaba pensando en eso justo cuando el notario, como si pudiera leerme la mente, me llamo por teléfono.

- Lope, ¿tienes un momento para hablar?

- Sí, claro, ¿qué sucede?

- Convendría que dejaras arreglado el asunto del testamento.

- Ya dejé tres preparados.

- Justo por eso, ahora mismo ninguno tiene validez.

- ¿Y qué pasaría si lo dejara así?

- Pues que tus descendientes directos heredarían por igual.

- Entiendo.

- ¿Es eso lo que quieres?

- No, me gustaría establecer otro reparto.

- Entonces ven lo antes posible, que nunca se sabe.

- En un rato estoy allí.

Le conté la situación a Dakota, que quería ir de inmediato al notario para dejar todo solucionado, y se negó en rotundo a recibir más que sus hermanas, ya que esa era la decisión que había tomado. Conseguí convencerla de que sería algo provisional, que si en el futuro ellas se comportaban intentaría hacer un reparto más equitativo.

Aunque seguía sin verlo del todo claro, mi hija accedió porque sabía que si no me iría igualmente sin ella. Dakota también se vistió, dispuesta a acompañarme al notario, para asegurarse de que yo estaría bien. Le insistí en que no era necesario, que solo había sido un pequeño susto y me encontraba a la perfección, pero no hubo manera de disuadirla.

Conduje hasta la notaría con el miedo todavía en el cuerpo. Me angustiaba las posibles consecuencias de que mis hijas se enteraran de la verdad, la forma en que mi hermana podía manipularlas para que siguieran insistiendo hasta salirse con la suya. Tampoco podía quitarme la culpabilidad por lo que había hecho con Dakota y por si estaba haciendo lo correcto con el reparto.

- ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

- Ahora mismo es lo más justo.

- Mis hermanas me van a odiar.

- No tienen por qué enterarse.

- A ellas es fácil engañarlas, pero la tía no se va a rendir.

- Me da igual, Dakota, lo único que tengo claro es que solo tú lo mereces.

- Pero...

- No hay nada más que decir, espérame en el coche, que vuelvo enseguida.

Epílogo

Mi padre nunca volvió. En cuanto salió del coche lo vi llevarse la mano al pecho y cayó al asfalto. Un infarto fulminante lo mató antes de que pudiera modificar el testamento, de modo que sus bienes sé repartieron a partes iguales entre mis hermanas y yo. Solo acepté porque él así lo abría querido, pero no quería su dinero.

Sin embargo, fui la única que pude sacarle partido y posteriormente disfrutarlo. Úrsula, Teresa y Coral habían cometido la imprudencia de firmar lo que mi tía les había puesto por delante sin ni siquiera consultarlo. De modo que en el momento en que quedaron huérfanas se dieron cuenta de que iban a heredar muchísimo menos que si la ambición no les hubiera podido.

Pero no todo iba a ser culpa de mi tía. A pesar de su estafa, mis hermanas seguían contando con una cantidad decente para iniciar sus vidas, el problema era que ninguna de ellas tenía inteligencia suficiente para hacerlo bien. Úrsula intentó iniciar su carrera de modelo, pero solo logró convertirse en una pobre estúpida que no ascendía si no era arrodillándose, hasta que todos se acabaron cansando de ella.

A Teresa el dinero le duró un suspiro, lo gastó todo en vicios y fiestas antes de cumplir los veinte años. Ese período de tiempo fue suficiente para conocer a un idiota dispuesto a mantenerla de por vida, a cambio de pasarse el día encerrada en casa para servirlo a él. No teníamos demasiada buena relación, pero me entristecía mucho verla así.

Por Coral no apostaba demasiado, pero aprovechó que era menor de edad y que tuvimos que hacernos cargo de ella durante dos años para ahorrar ese dinero y pensar salidas para su futuro. El problema fue que, creyendo que tenía el talento de mi padre, montó un negocio con todo lo que tenía y se arruinó en menos de un año, lo que provocó que tuviera que fregar escaleras para ganarse la vida.

Tal y como se planteó al principio, yo no recibí ni un céntimo. A la hora de hacer el reparto a mis hermanas les cegó el ansia de dinero y yo preferí quedarme con la empresa. No solo conseguí que siguiera en marcha y generando beneficios, sino que con los años la convertí en algo aún más grande que me hizo millonaria.

A lo largo de los años muchas fueron las veces en las que les ofrecí trabajo a las tres, pero el orgullo les impedía aceptar. Me costó mucho tiempo llegar a la conclusión de que no debía sentir lástima por ellas, ya que habían tenido las mismas oportunidades que yo. A partir de aquel día comencé a centrarme solo en mí misma y en mi hijo, Lope, que algún día heredaría la empresa de su abuelo.

FIN

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Desvirgada por mi padre Ruben

EL CUMPLEAÑOS DE MI HIJA.por Peter the king.