Hijas dispuestas a lo que sea por heredar (IV) VictoriaSG(victoriaserranogijon@gmail.com)
No entendí por qué coral hizo referencia a su tía y al dinero justo en ese momento. Mi hermana sabía que me iba bien económicamente hablando, que aproveché la parte que me dejó nuestro padre para montar el negocio y que desde entonces todo había funcionado a la perfección. Me extrañaba que hubiese hablado con mis hijas y de eso, pero traté de olvidarlo y concentrarme en lo que estaba ocurriendo.
Intentaba lubricarme el miembro con mi propia saliva, pero la mano me temblaba por los nervios. La situación en la que me encontraba, con mi hija pequeña a cuatro patas sobre la cama esperando a que se la metiera por el culo, era mucho más de lo que nunca hubiera podido imaginar que fuese capaz de hacer. Todo por dinero.
Coral parecía tranquila, me incitaba a hacerlo lo antes posible. Le iba a romper el culo, ya no había vuelta atrás, solo esperaba que no le doliera demasiado. Me la volví a agarrar, dura como una piedra, y la dirigí hacia el tierno culito de mi hija. Al notar mi humedecido glande en su ano, dio un pequeño respingo, pero acto seguido volvió a aferrarse a las sábanas, preparada para la penetración.
- Estamos a tiempo de dejarlo.
- Joder, papá, parece que sea a ti a quien van a romper el culo.
- No, pero...
- Va, date prisa.
- ¿Por qué has mencionado antes a tu tía?
- ¡Que me la metas!
Con la mano izquierda me aferré a la cintura de mi hija y con la otra dirigí la verga de nuevo hacia su agujero. La coloqué ahí, me tomé unos segundos para pensar y comencé a empujar lentamente. No se atrevió a abrir la boca, pero noté cómo Coral cerraba los puños fuertemente con cada centímetro que le introducía en su recto.
Era el agujero más estrecho por el que jamás la había metido, el contacto me ponía a mil, pero no podía evitar sufrir por el daño que le estaría haciendo. A pesar de sus intentos por reprimirlo, a Coral se le escapaba algún sollozo cuando más me adentraba en sus profundidades. Por mucho que intentara hacerlo con cuidado, llegó un momento en que ya la tenía casi toda dentro.
Cuando sentí que ya había alcanzado el tope de todo lo que podía meterle, comencé a bombear suavemente. Al empujar notaba el roce de sus esponjosas nalgas y me daban ganas de hacerlo con más fuerza, pero tenía que controlarme. Decidí calmar esa ansia sujetándole los pechitos y pellizcando sus erectos pezones.
Para mi sorpresa, eso último pareció gustarle. Coral comenzó a moverse, a acompañar mis movimientos. Pensar que de alguna manera podía estar disfrutándolo me dio libertad para lo que más me apetecía en ese momento: comenzar a palmearle el culo. Aunque antes me dediqué a manosearlo, a disfrutar de la suavidad de su piel y la turgencia de su prieta carne.
En cuanto comenzaron los azotes, mi hija se puso a gemir. Dudaba mucho que estuviese sintiendo algún tipo de placer, lo más probable era que quisiese ponerme más cachondo para que acabara lo antes posible, pero, sin duda, lo consiguió. Aquello me animó a embestir con algo más de violencia, haciendo que su menudo cuerpo se sacudiera con cada uno de mis empujones.
Llegó un punto en que coral no pudo disimular los gritos de dolor. Aquello hubiese conseguido disuadirme al principio, pero en ese momento ya no había nada que me parara. Seguía aferrado a sus caderas y me la follaba sin dejar de azotarla. Aún quedaba algo de control en mis empujones, no quería hacerle más daño de la cuenta, pero me movía todo lo que su estrecho culo me permitía.
En ese momento, cuando me notaba a punto de correrme, si Coral me hubiese pedido cualquier cosa, habría sido capaz de dárselo sin pensármelo. Por mucho que ellas dijeran lo contrario, nunca tuve una favorita entre las cuatro, pero si tenía que ordenarlas por el placer que me habían dado, ella se colocaba en primer lugar.
Tras unas últimas embestidas, no pude evitar empujar hasta el final y así descargué toda la leche dentro del culo de mi pequeña. Después de eyacular me quedé un buen rato con la polla dentro, disfrutando del momento y tratando de recuperar el aliento. Acababa de vivir el momento más salvaje y contradictorio de mi existencia.
- Coral, ¿estás bien?
- Sí, tranquilo.
- No quería que sucediera esto, pero no puedo controlarme.
- Ya, los genes de tu padre.
- Pero yo no quiero ser así.
- No me cuentes tu vida ahora, solo limítate a arreglar el testamento.
- Lo voy a hacer, no te preocupes.
- Mañana mismo.
- Tendrás que esperar a que volvamos de vacaciones.
- Está bien, pero no sueñes en volverme a tocar durante estos días.
La experiencia había sido muy placentera, pero a la vez perturbadora, así que no tenía intención de volver a hacerlo. Fui sincero cuando le dije que a la vuelta arreglaría los papeles para que quedara ella como la heredera de todo lo que la ley no me obligaba a repartir entre todas mis hijas. Pero también era consciente de que nos quedaba casi una semana juntos y que la situación podía cambiar.
En las últimas semanas había pasado tanto tiempo centrado en el testamento que no caí en que quizás mi muerte no estuviera tan cerca como en alguna ocasión había pensado. Aunque fuese bastante triste, probablemente mis hijas, las que tanto sabían esforzado para sacar más que nadie de la herencia, no llevaran nada bien el ver que el tiempo pasaba y yo seguía vivo.
En cualquier caso, ese sería un problema que tendría que afrontar más adelante. En ese momento me debía centrar en la semana que tenía que pasar con Coral y en procurar no meter más la pata. No quería que saliera a la luz nada de lo que había hecho con mis hijas, pero mucho menos con la pequeña, así que me convenía tenerla contenta.
Aquellos días acabaron pasando rápido y el tiempo que pasé con Coral fue más bien poco. En cuanto se hizo con la zona, mi hija apenas estaba conmigo. De día se perdía en la playa, con un grupo de jóvenes a los que conoció enseguida, y de noche simplemente desaparecía, llegando al hotel de madrugada, a sabiendas de que no iba a ser capaz de recriminárselo.
Para cuando volvimos a casa, el resto de mis hijas también habían terminado sus vacaciones. Noté de inmediato que había cierta tensión entre ellas, que ya no era como antes, cuando se llevaban bien y yo parecía ser el único enemigo. Mi nefasta idea de hacer que se ganaran la herencia no solo había destrozado lo poco que nos unía, sino que también se estaba cargando su relación de hermanas.
En medio de la tensión que reinaba en la casa, destacaba el ansia de Coral por que fuese cuanto antes a arreglar los papeles que la colocaran como heredera principal. Era una decisión que ya tenía tomada, pero entonces comenzaron las presiones de Úrsula y Teresa, que no parecían haber olvidado que ellas lo intentaron primero.
- No sé qué habrás hecho con la niñata estos días, pero me lo debes.
- Yo no te prometí nada, Úrsula.
- Quiero que me dejes más que a nadie.
- No considero que te lo hayas ganado.
- ¿Tengo que dejarme follar para recibir lo que me corresponde como hija?
- Te pido por favor que no grites.
- Es que ya estoy harta, entre la tía y tú me tenéis loca.
- ¿Se puede saber qué tiene que ver la tía en esto?
- Nada, olvídate de lo que he dicho.
Era la segunda de mis hijas que mencionaba a mi hermana en ese contexto y seguía sin saber el motivo. Llegué a plantearme seriamente la opción de llamarla, pero la conocía, si ellas no me querían decir nada menos obtendría por su parte. Aun así, pospuse lo del testamento hasta estar seguro de qué había detrás de todo aquello.
Tanto Úrsula como Coral se habían negado a darme explicaciones acerca de por qué habían mencionado a mi hermana. Siguiendo la lógica, Teresa también debía estar al tanto de todo, así que la única opción que me quedaba era intentar que ella me contara algo. Sabía que iba a resultar casi imposible, pero tenía que probarlo.
- Hija, quiero hablar contigo.
- Vaya, parece que al fin has entrado en razón.
- ¿Cómo dices?
- Vienes a hablarme de todo lo que me vas a dejar, ¿no?
- Solo si antes me resuelves una duda.
- ¿De qué se trata?
- ¿Qué os traéis entre manos con vuestra tía?
- No sé de qué me hablas.
- Lo sabes perfectamente, Teresa.
- En cuanto sepa la cantidad que me vas a dejar te lo cuento todo.
- Pues cuando lo sepa te lo diré.
- Esto no va a quedar así, se sabrá lo que me has hecho.
- Baja la voz, que yo no te he hecho nada.
- Será tu palabra contra la mía.
- ¿Me estás chantajeando?
- Llámalo como te dé la gana.
Sabía que esa bomba explotaría en cualquier momento. Había jugado a tres bandas y todas querían recibir lo que creían haberse ganado. El problema era que se lo había prometido todo a Coral pensando que Úrsula y Teresa ya lo habían olvidado. No me iba a quedar más remedio que repartirlo entre las tres, de manera más o menos proporcional a los servicios que me habían prestado.
Pero entonces me acordé de la pobre Dakota, esa a la que sus hermanas llamaban monja. Era muy injusto que apenas fuese a recibir dinero cuando en realidad era la que más se lo merecía por no haber intentado ganarlo de forma turbia. Solo me quedaba la esperanza de vivir muchos años más y seguir generando riqueza suficiente para poder compensarla.
La casualidad quiso que mientras pensaba en lo mal que me había aportado con Dakota la muchacha apareciera en mi habitación. Me estaba vistiendo para ir al notario y arreglar el tema de la herencia cuando la vi llegar. Lo primero que pensé fue que ojalá no buscara lo mismo que sus hermanas y al menos me quedara una hija a la que poder mirar a los ojos.
- ¿Todo bien, cariño?
- Llevo tiempo callándome, pero tengo que decirte algo.
- Tú dirás.
- Sé que trabajas mucho, pero la cuestión es que nunca hemos estado unidos.
- Y lo lamento más que nadie, créeme.
- Antes teníamos a mamá, pero desde que murió nos apoyamos en la tía.
- Eso no lo sabía.
- Ya, porque ella lo prefirió así.
- Bueno, lo importante es que os haya ayudado.
- Así era, hasta que nos hablaste de la herencia y Coral se lo contó.
- Vaya...
- Desde entonces nos ha intentado liar a las cuatro.
- ¿Cómo?
- Me juró que solo había hablado conmigo, pero he descubierto que no es verdad.
- ¿Hablado de qué?
- De cómo hacer que nos dejes el máximo posible.
- ¿Y ella qué gana con eso?
- El porcentaje que nos ha pedido a cambio.
- Joder...
- Cree que eres igual que vuestro padre, que ese es tu punto débil.
Siempre supe que mis hijas eran egoístas, que si tenían la oportunidad no dudarían en intentar sacar más que sus hermanas, pero no imaginé que la mía estaba detrás de todo aquello. Ella les había metido esas ideas en la cabeza, les contó de qué manera podían ponerme al límite. Para asegurarse el éxito utilizó a las cuatro.
Era una injusticia enorme, pero no me quedaba más remedio que repartir la inmensa mayoría de mis ahorros o posesiones entre las tres que estaban en disposición de chantajearme. Al menos esa era mi idea, hasta que conseguí serenarme y me di cuenta de que había una solución para el entuerto en el que me encontraba.
Todo pasaba por ir al notario, hacer tres testamentos distintos con lo que cada una de ellas querían leer y enseñárselo para que me dejaran en paz. Una vez que creyeran que se habían salido con la suya, solo debía cambiarlo una vez más y no se enterarían hasta mi muerte, momento en el que ya me daría igual lo que pudieran decir de mí.
Una vez tuve todos los papeles en regla, me reuní individualmente con cada una de ellas para dejarles claras las condiciones que permitirían que pudieran heredar. Me inventé varias para que pareciera que iba en serio y posteriormente añadí la que realmente me interesaba. Ninguna de ellas podía contar que era la heredera de casi todo, ni siquiera se lo podían decir a mi hermana.
Movidas por el afán de llevarse lo máximo posible, las tres prometieron guardar silencio hasta el día en que se abriera el testamento. Con eso conseguía mantenerlas alejadas de mí y contentas durante un buen tiempo, pero no contaba con la inteligencia de Dakota, que siempre se enteraba de todo lo que ocurría en casa.
- Al final se han salido con la suya.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque las tres están muy contentas, aunque no dicen nada.
- Eso es porque cada una de ellas piensa que se lo va a llevar todo.
- ¿Y qué va a ocurrir en realidad?
- No lo sé, puedo cambiar el testamento siempre que me plazca.
- Yo lo único que quiero es que no te mueras.
- Gracias, Dakota, unas palabras así son justo lo que necesitaba.
- Aunque sé que has hecho cosas malas.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Claro, papá.
- ¿En ningún momento pensaste en ofrecerte como tus hermanas?
- Muchas veces, pero nunca por dinero.
- ¿Qué quieres decir?
- Que te deseo desde que tengo uso de razón.
- Pero eso no es posible.
- ¿Por qué no? Yo también tengo los genes del abuelo.
Jamás me había planteado que alguna de mis hijas sufriera el mismo problema que tenía mi padre y después yo, mucho menos que fuese Dakota. Pero de repente tenía ante mí una posibilidad con la que no contaba: satisfacer ese deseo sin necesidad de recurrir al chantaje. Su monstruo contra el mío.
Continuará...
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