Hijas dispuestas a lo que sea por heredar (II), por VictoriaSG(victoriaserranogijon@gmail.com)


  A pesar de haber sido un padre bastante ausente, conocía lo suficiente a mis niñas como para saber que Úrsula sería la primera en tantearme. Mi hija mayor nunca abandonó sus costumbres de bebé, cuando era la única y toda la atención iba para ella. Seguía siendo egoísta y nunca aceptaba uno por respuesta, así que no iba a dejar escapar la oportunidad de averiguar si podía sacar una tajada más grande que sus hermanas en la herencia.

Aparte de todos esos aspectos negativos, había que destacar que la mayor también era la que más se parecía a su madre, lo que significaba que físicamente era la que más me gustaba. En realidad, todas habían salido a Mila, pero con alguna característica mejorada. En el caso de Úrsula, en lo que superaba a mi mujer era claramente en el tamaño de las tetas.

Esa noche, cuando Úrsula vino a mi cuarto a prestarme su ayuda, supuestamente desinteresada, le pedí que se tumbara a mi lado y ella no dudó en hacerlo. Aunque la cama era grande, mi hija se acostó bien pegada a mí. Por si no era suficiente con su parecido físico, utilizaba el mismo perfume que su madre, lo que dificultaba aún más el poderme controlar.

- Dime, hija, ¿cómo te va la universidad?

- Bien, pero me parece una pérdida de tiempo.

- ¿Por qué?

- Porque me estoy sacando una carrera que no me va a servir de nada.

- ¿Quieres que te enchufe en mi empresa?

- No es exactamente eso.

- ¿Entonces?

- No quiero parecer insensible, pero pronto voy a heredar una buena cantidad, ¿no?

- Todavía no he decidido el reparto.

- Ya, bueno... pero el peor de los casos me tocará la cuarta parte, que no es poco.

- Cariño, te he dicho que la decisión aún no está tomada.

- ¿Podría quedarme sin nada? Creo que la ley no lo permite.

- En el caso de que esa fuese en mi voluntad, buscaría un buen abogado.

- Pero no puedes darme menos, en todo caso más.

- ¿Qué te hace pensar que mereces más?

- Soy la mayor y claramente tu favorita.

- Insisto, todavía no he decidido nada.

- Está bien, me voy a mi cuarto.

- Como quieras, pero la digna heredera de mi fortuna no me dejaría pasar la noche solo.

Úrsula estaba a punto de salir de la habitación, pero al escuchar mis palabras volvió a entrar y se tumbó de nuevo en la cama. En esa ocasión redujo aún más la distancia entre nosotros, haciendo que sus pechos quedaran bien pegados a mi espalda. Era imposible que supiera lo que pasaba por mi cabeza, así que lo más probable era que simplemente estuviera acostumbrada a utilizar sus armas de mujer para salirse con la suya cuando trataba con hombres.

Nunca me había sentido tan cerca del incesto con el que tanto había fantaseado desde adolescente, pero aun así conseguí quedarme dormido, con mi hija bien pegada a mí. Coger el sueño resultó difícil, pero fue aún más complicado el despertar, cuando me encontré a Úrsula con el camisón subido hasta la cintura, luciendo un diminuto tanga blanco que apenas cubría su sexo.

- Buenos días, papi.

- ¿Has dormido bien, cielo?

- Sí, me has dado calorcito.

- Pues ahora a la ducha, que tienes que ir a la universidad.

- Ya hemos hablado de eso.

- Exacto, y te he dicho que no debes dar la herencia por asegurada.

- No quiero estudiar más.

- Pero si te queda solo unos meses para acabar la carrera.

- ¿Meses? Llevo como dos años sin aprobar una sola asignatura.

- ¿Me lo estás diciendo en serio? Tus estudios me cuestan una fortuna.

- Es que he pensado que además de heredera podría ser modelo.

- Qué ocurrencias tienes.

- ¿No crees que esté suficientemente buena para serlo?

- No es eso, es que...

- Quizás sea porque siempre me ves con ropa.

De una manera exageradamente erótica, Úrsula comenzó a subir muy despacio su camisón. Paró justo antes de llegar a los pechos y acto seguido se lo quitó. Las tetas de mi hija resultaron ser las dos obras de arte más espectaculares que había visto en mi vida. Eran grandes, firmes y tenían unos pezones rosados que me apuntaban directamente.

Volví a recordar a mi hermana cabalgando sobre mi padre y me puse a mil. Siempre me había preguntado si yo sería capaz de hacer lo mismo que él, si tendría tan pocos escrúpulos. Creía que no, pero la visión de mi hija mayor cubierta únicamente por su tanga me estaba haciendo dudar seriamente. Un solo paso más y estaría marcado para el resto de mi vida.

- Úrsula, vístete.

- ¿No te gusta lo que ves, papi?

- Soy tu padre, lo que haces está muy mal.

- Solo quiero demostrarte que puedo ser modelo.

- Entonces, ¿para qué quieres el dinero?

- Que pueda no significa que quiera, prefiero que mi cuerpo solo lo disfrutes tú.

- ¿Qué te hace pensar que así vas a sacarme más?

- Saber que tienes los genes de tu padre.

- ¿Perdona?

- ¿Te acuerdas del verano que nos llevaste a la casa de tu infancia?

- Sí, hace solo un par de años.

- Allí encontré un diario de la tía con historias muy interesantes.

- Joder...

- ¿Tú también lo sabías?

- Sí, pero tus hermanas no deben enterarse.

- Ya es tarde para eso, las tres ya saben cómo se consigue una herencia.

- ¿Y qué se supone que debo hacer ahora?

- Dejar que sea yo la que te demuestre por qué el abuelo disfrutaba tanto con algo tan prohibido.

No me podía creer que mis cuatro hijas supieran la historia que durante tantos años yo había ocultado. Parecía que al menos Úrsula estaba dispuesta a utilizarla para correr la misma suerte que su tía. La cabeza me iba a explotar, pero la polla también. Justo por eso, cuando tuve a mi hija mayor tan pegada a mí que notaba sus pezones en mi torso, no pude hacer nada para resistirme.

Estaba a punto de rendirme y agarrarle el culo a dos manos, hasta que se dio media vuelta y me lo pegó bien al paquete. A la par que lo meneaba, desatando por completo mi locura, me cogió ambas manos y las colocó sobre sus tetas. Traté de no manosearlas, estrujarlas como mi instinto me pedía, pero estaban tan suaves y blanditas que no pude evitarlo.

Por fin mi monstruo interno tenía la oportunidad de salir. Colmé ambas manos con los generosos senos de mi hija mayor. Los apreté a mi gusto hasta centrarme en los pezones, duros como diamantes. De primeras los acaricié suavemente, pero poco a poco me fui animando hasta llegar a pellizcarlos, a lo que Úrsula respondió con un gemido provocador.

Mientras ella seguía moviendo su culo yo ya estaba completamente desatado. Paré de sobarle las tetas para bajarme tanto los pantalones como los calzoncillos. Entonces comencé a restregar mi electa polla contra sus nalgas. No era su punto más fuerte, pero llevaba años fantaseando con hacer algo así. Úrsula no puso ninguna pega, más bien lo contrario.

Volví a agarrar sus pechos mientras le seguía frotando la tranca por el culo. No me atrevía a ir más allá, me valía con correrme de esa manera. Pero entonces mi hija comenzó a bajarse el tanga. El corazón se me aceleró, no quería hacer algo así, aunque era consciente de que si ella lo deseaba yo no iba a tener fuerza de voluntad suficiente para no hacerlo.

Una de sus cálidas manos se aferró a mi miembro y bombeó con mucha sutileza durante unos segundos. Ambos seguíamos de pie en mitad de mi habitación cuando Úrsula parecía estar a punto de hacer que la penetrara. Me preparé para sentir la calidez de la vagina de mi hija, pero entonces me di cuenta de que no se dirigía a su sexo.

Mi hija separó ligeramente sus piernas y colocó mi verga entre sus muslos. Era la más alta de las cuatro, medía prácticamente lo mismo que yo, así que pudimos mantenernos en esa posición sin demasiado problema. Tenía mi sexo pegado al suyo, notaba el calor que desprendía y lo empapada que estaba. No sabía qué pretendía exactamente, pero me tenía muy cachondo.

Comenzó a moverse muy lentamente, aplicando con sus perfectos muslos un roce delicioso en mi falo. Yo me animé a embestir como si me la estuviera follando y volví a agarrarle las dos tetazas. Que no hubiera penetración probablemente no fuese suficiente para que más adelante no tuviera cargos de conciencia, pero en ese momento solo podía pensar en lo que estaba ocurriendo.

Pasaron volando, pero nos mantuvimos en esa posición durante varios minutos. Yo cada vez estaba más caliente y su coñito más empapado. Cuando notó por mis jadeos que ya no aguantaba más, mi hija se dio media vuelta y, mirándome a los ojos, me masturbó hasta que me corrí. Rocié su plano abdomen con mi semilla.

- ¿Has gozado, papi?

- No sabes cuanto.

- Espero que esto me haga ganar puntos en tu testamento.

- No quiero hablar de eso ahora.

- Lo digo porque no he sido capaz de metérmela, me parecía ir demasiado lejos.

- Sé que es algo que una hija no puede hacer.

- Eso lo dices porque no conoces bien a las otras tres.

- ¿A qué te refieres?

- Cuando ellas vengan a por ti, cosa que no tardará en suceder, comprobarás que yo a su lado parezco una monja.

Las palabras de Úrsula me sorprendieron, ya que ella siempre fue la única a la que creía capaz de hacer algo así. En cualquier caso, lo que estaba claro era que lo que acababa de suceder la colocaba como favorita para heredar la mayor parte de mi fortuna, aunque esperaba que para eso todavía quedarán muchísimos años más.

A partir de aquel día traté de vivir con lo ocurrido pesando en mi conciencia. Úrsula no volvió a acercarse a mí, al menos con esas intenciones, y yo tampoco pretendía repetir. Me decía a mí mismo que debía parar, que ya había conseguido satisfacer ese deseo de adolescencia, pero entonces miraba a mis otras tres hijas, tan jóvenes y bonitas, y el monstruo peleaba por volver a salir.

Los siguientes tres meses fueron bastante tranquilos. En ocasiones las pillaba susurrando entre ellas, especialmente a las dos jóvenes, pero al verme se callaban de inmediato. Eran las que mejor relación tenían, así que probablemente estaban planeando algo de manera conjunta, cosa que me aterraba, porque la pequeña solía ser, con diferencia, la más traviesa de todas.

Sin embargo, no fue ella la siguiente en venir a tantearme. Su habitual compinche, Teresa, la tercera de mis hijas, apareció una tarde en mi despacho mientras intentaba terminar de cuadrar las cuentas del mes. No tenía por qué ser una visita interesada, pero notaba en su mirada que no era la de siempre. Ella nunca me había dado problemas, pero sabía por Úrsula que no podía fiarme de lo que creía conocer de mis hijas.

- ¿Puedo ayudarte en algo, Teresa?

- Solo quería recordarte que el viernes es mi graduación del insti.

- Lo tengo presente, estaré allí con tus hermanas.

- Después saldremos de fiesta toda la clase.

- Me parece bien, ya eres mayor de edad.

- Es posible que beba un poquito.

- Contaba con ello, pero hazlo con moderación.

- Claro, papá, pero aun así...

- ¿Sí?

- Me sentiría más tranquila si vienes por la mañana a buscarme.

- ¿No será mejor que te dé dinero para un taxi?

- Prefiero que vengas tú.

- Está bien, yo también me quedaré más tranquilo si y te recojo personalmente.

Había juzgado mal a Teresa. Dejándome llevar por las palabras de su hermana mayor, pensé que el acercamiento también se debía a la herencia, hasta que me di cuenta de que ni siquiera había mencionado el tema. No tenía claro si iba a ir a la graduación, pero ya no me quedaba más remedio, debía empezar a comportarme como el buen padre que no era.

Antes de que llegara ese día, debía asegurarme de que mis otras tres hijas iban a asistir. La pequeña puso pegas, pero la semana siguiente ella se graduaba en secundaria y sabía que debía acudir si quería que sus hermanas fuesen a la suya. Con Dakota, mi segunda hija, era todo siempre muy sencillo, jamás se perdería un evento familiar. El hueso duro de roer tenía que ser siempre Úrsula.

- Sabes que no puedes hacer planes para el viernes, ¿verdad?

- No pienso ir a la graduación.

- Teresa fue a la tuya.

- Ya, porque era una mocosa que no tenía nada mejor que hacer.

- Es tu hermana.

- Sí... y también una rival para la herencia.

- Eres la única de las cuatro que está pensando en eso.

- Pronto descubrirás lo equivocado que estás.

- Muy bien, pero no vas a faltar en un día tan importante para ella.

Consciente de lo que se jugaba, Úrsula aceptó venir. Ver a lo que estaba dispuesta mi hija mayor para heredar el dinero me dio una idea del tipo de persona que era, pero no esperaba que llegara hasta el punto de plantear la relación con sus hermanas como una especie de guerra en la que solo una podía ganar. Esperaba sacar yo beneficio, no que ellas acabaran enfrentadas.

Teresa estaba espectacular aquella noche, aunque, bajo mi punto de vista, ella era la más guapa de las cuatro y con nada ya brillaba. Sus hermanas también se arreglaron para la ocasión y presenciaron junto a mí la graduación. Fue un momento emotivo, hasta que terminó y tanto la mayor como la pequeña, a la que no era capaz de contener, se largaron.

Volví para casa junto a la única de mis hijas que no tenía planes para esa noche, con la esperanza de dormir un rato antes de tener que ir a recoger a Teresa. Si algo temía era que la malvada semilla que había plantado el día que les conté lo de la herencia floreciera también en Dakota. Pero parecía que no había nada que temer, que, a sus veinte años, seguía siendo tan inocente como siempre.

Esa noche apenas conseguí dormir. Era la primera vez que Teresa salía hasta tan tarde y esperaba impaciente que me llamara para ir a buscarla. Ya había amanecido cuando me sonó el teléfono. Mi hija me dijo que había salido ya de la discoteca y que estaba desayunando con sus amigas, a la espera de que yo pasara a recogerla.

Solo con oír su voz ya me di cuenta de que se había pasado con el alcohol, aunque no me imaginaba que tanto. Nada más subirse al coche comenzó a hablar, pero apenas entendía nada de lo que decía. Tuve que parar para pedirle que se serenara y me repitiera lo que estaba diciendo, pero de manera que pudiese entenderla.

- Cielo, no te entiendo.

- Soy tu hija favorita.

- A todas os ha dado por decir lo mismo.

- Pero en mi caso es verdad, a mí me pusiste el nombre de tu madre.

- Eso no significa que te quiera más que a tus hermanas.

- Soy especial para ti, por eso me vas a dejar más dinero que a ellas.

- Además de llevar el nombre que yo te puse, ¿qué más has hecho para merecerlo?

- Todavía nada, pero eso va a cambiar ahora mismo.

- ¿Cómo?

- Sácate la polla y lo comprobarás.

Continuará...

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